Desde hace unos años, Google desarrolló una rama científica que crecía lentamente, a la sombra del gigante de las búsquedas. Hace un año la convirtió en Verily, una empresa en sí misma dedicada a las tecnologías de la salud.
El año 2015 trajo grandes cambios para el universo Google, que reestructuró su grupo de empresas bajo una única firma madre, Alphabet. Allí se incluyen las grandes iniciativas de la empresa -como Google, YouTube, Android y Chrome- y otras menos conocidas, como Calico y Verily. Bajo la nueva estructura, las empresas más pequeñas ganan en autonomía y capacidad de innovación, de manera que se espera de ellas grandes cosas en los próximos años.
Veamos el caso de Verily, la empresa científica dedicada a desarrollar herramientas y dispositivos para la salud. En el momento de su fundación, en diciembre de 2015, tenía en su cartera de proyectos sólo uno: un lente de contacto que permitía chequear los niveles de glucosa automáticamente, sin necesidad de usar métodos invasivos. En la actualidad tiene doce proyectos más, de distinto calibre cada uno, desde utensilios de cocina (como cucharas o tenedores) para personas que sufren temblores, hasta el desarrollo de dispositivos bioelectrónicos para implantar en el cuerpo humano.
Los proyectos de Verily se llevan adelante en asociación con otras empresas u organizaciones, potenciando ideas ya existentes y colaborando, en muchos casos, para aumentar la escala y el alcance de estas ideas. No todas ellas serán accesibles para el público en general: en asociación con las universidades de Duke y Standford, por ejemplo, Verily realizará el estudio Baseline, de cinco años de duración sobre 10.000 a 20.000 personas para establecer parámetros generales de salud y enfermedad en el mundo. En otros casos, los resultados serán más concretos y al alcance de todos, como los lentes de contacto que la empresa desarrolla en asociación con Alcon, los cuales permitirán la regulación automática del aumento sin necesidad de reemplazo.
La última novedad que hemos tenido de Verily ha sido la filtración, en octubre de 2016, de su prototipo de reloj inteligente (smartwatch). En un año en el que este tipo de dispositivos fueron un verdadero fracaso, la apuesta de la empresa es, como era de esperar, original y audaz. Se trata de un aparato que combina múltiples sensores, desarrollo de software propio e investigaciones científicas para medir distintas enfermedades y ayudar a controlarlas. Una de sus grandes diferencias con relojes similares, los de Apple o Samsung, es que la pantalla es de tinta electrónica, la misma que usan los e-readers como el Kindle. Esto le permite funcionar durante semanas sin necesidad de recargar sus baterías, sus baterías, superando en autonomía a casi todos los smartwatches del mercado. Pero su otra gran diferencia es que no está destinado al consumo del público en general; su función principal es recopilar datos, no mostrárselos al usuario. Aunque todavía no hay confirmación, una nota reciente de la Revista de tecnología del MIT afirma que el reloj podría incluir sensores para medir el ritmo cardíaco, los pasos, la velocidad y movimientos, el comportamiento durante el sueño, la sudoración (que permitiría, entre otras cosas, medir el stress); incluso se aventuró que quizás pueda medir la presión arterial, un objetivo en el que ya han fallado otras iniciativas.
Aunque el hermetismo se mantiene todavía, se sabe que este reloj podría usarse para recopilar datos de una manera no invasiva en el ambicioso proyecto Baseline, junto a otros dispositivos semejantes destinados a la medición y no al uso cotidiano.
Una vez más Google… quiero decir, Alphabet encabeza un proyecto arriesgado y medio loco que, a juzgar por su potencial, puede ayudar a revolucionar el rol de la tecnología en el cuidado de la salud.