Verano y alimentación

El verano llegó
demasiado pronto. No nos dio tiempo a lograr el cuerpo privilegiado que nos habíamos
propuesto tener cuando volvimos de las vacaciones el verano pasado. Quedan tres
opciones: la túnica, la dieta (paleo, sin gluten, disociada, vegetariana,
mediterránea, de las P) o adoptar hábitos saludables y sostenerlos todo el año.

El período vacacional representa un tiempo sin reglas que libera a las personas
de la tensión y las presiones que enfrentan diariamente: se olvida el tráfico,
la contaminación y las exigencias diarias. No obstante, es importante evitar
los excesos que podrían resultar contraproducentes.

Este momento de relajación y descontractura muchas veces incluye el abandono de
los hábitos alimenticios que hemos observado durante el año y otras veces se
genera la ilusión de que podremos llevar adelante una alimentación más sana o controlada
propiciada por la tranquilidad y el bienestar. Es importante trazarse metas
posibles de manera que la relajación también se traduzca en no sentir culpa por
lo que se come. El verano colabora con la ingesta de frutas y verduras frescas,
jugos, agua fresca, el consumo de estos productos ayudará a cuidar la salud, el
peso y a tener más energía para disfrutar el día.

El gran desafío en las ciudades balnearias y centros urbanos es no caer en la
trampa de la comida preparada. La alimentación saludable generalmente lleva más
trabajo y tiempo en su elaboración que las soluciones clásicas provistas por
las rotiserías y panaderías. Por eso es central planear las comidas con tiempo,
tener alimentos frescos siempre en la heladera y organizarse familiarmente para
que cada integrante colabore con una parte de la tarea. Por último, es
importante buscar la manera de equilibrar la diversión y el ejercicio. El
caminar en la playa, nadar, bucear, correr y bailar pueden ayudar a mantener la
figura y cuidar el organismo.

 

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