Cada vez hay más evidencia de que las largas horas de trabajo son menos productivas para la organización y menos saludables para los trabajadores. Te presentamos los últimos descubrimientos sobre el bienestar, el trabajo y el tiempo libre.
Los trabajadores argentinos superan, en promedio, las 8 horas diarias de la jornada laboral legislada. Aunque no hay cifras actualizadas, los datos de cinco años atrás indican que se dedica un promedio de casi 9 horas al día al trabajo, según datos de la Superintendencia de Riesgos de Trabajo (SRT). Si tenemos en cuenta que estas cifras incluyen a trabajadores de media jornada o con jornada reducida, resulta que el 46% trabaja 10 horas, según una encuesta privada.
Los datos son contradictorios: según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), entre 2005 y 2009 la jornada laboral en nuestro país aumentó; según la SRT, descendió en una hora a la semana. Esta misma información es también cuestionada por otros enfoques metodológicos, que indican que el tiempo de trabajo incluye también la preparación para el mismo, comunicaciones vinculadas realizadas fuera del espacio laboral (e-mail, whatsapp, etc), llevar actividades a casa (‘cuando salgo ‘aprovecho’ y llevo un sobre a un proveedor’, etc.).
Los motivos para prolongar el día de trabajo no siempre se pueden atribuir a presiones del empleador o al temor a no cumplir con sus expectativas. Los propios deseos de superación personal, el compromiso con el trabajo o el grado de perfeccionismo de cada uno son motivos personales que inciden en la cantidad de tiempo que le dedicamos diariamente a nuestro trabajo. Según una encuesta privada, el 36% lo hace porque ‘está bien visto’ en su trabajo, otro 36% lo hace porque la jornada standard no le alcanza para terminar sus tareas y un 28% porque le pagan horas extra y le viene bien el dinero.
Aunque la reducción de la jornada laboral fue una demanda histórica de sindicatos y partidos políticos de comienzos del siglo XX, se convirtió en ley en la mayoría de los países occidentales a partir del Convenio N° 1 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), de 1919. En aquel convenio se fijaba un máximo de 48 horas semanales repartidas en no más de 8 horas diarias.
La reducción del día de trabajo obedece a distintos motivos. Por una parte, se trata de una medida para reducir el desempleo: una fábrica activa durante las 24 horas pasó de emplear dos turnos de 12 horas a tres turnos de 8; es decir, aumentó en un 50% su demanda de fuerza de trabajo.
Por otra parte, también hay motivos de salud. En Japón existe incluso una palabra, karoshi, que señala la muerte por exceso de trabajo, un fenómeno que ocurre con cierta frecuencia y que afecta no sólo la vida de las personas, sino también el funcionamiento de las organizaciones. En diciembre del año pasado, por ejemplo, Matsuri Takahashi, una empleada de 24 años de Dentsu, la agencia de publicidad japonesa que se encuentra entre las más grandes del mundo, se suicidó después de hacer 105 horas extra en un mes.
En su cuenta de Twitter escribió: ‘Me están haciendo trabajar sábados y domingos otra vez’, ‘Son las 4 am. Estoy temblando’, ‘Me quiero morir. Estoy tan cansada’. La wp_posts no sólo despertó compasión y preocupación por el exceso de trabajo, sino que también afectó a la imagen de la compañía, que ha sido denunciada por violar leyes laborales y desató una crisis que incluyó la renuncia de su presidente y CEO, Tadashi Ishii.
Según un estudio reciente de la Universidad Nacional de Australia, el límite máximo de 48 horas semanales establecido por la OIT es perjudicial para la salud física y mental de los trabajadores. Con una base estadística de más de 8000 casos, el trabajo muestra que el impacto de la duración de la jornada en la salud de las personas no es uniforme, sino que depende además del género. Esto no se debe a que tengan habilidades diferentes o distinta constitución física o mental, sino que las mujeres tienen una carga de trabajo doméstico no remunerado mayor que la de los varones. Es por ello que la investigación concluye que su jornada laboral no debería durar más allá de las 38 horas semanales, mientras que las de los varones podría extenderse a las 43,5.
Nuestra capacidad productiva no es lineal: una máquina encendida por más tiempo produce más; una persona ‘enchufada’ más tiempo en su trabajo, en cambio, produce menos.
Alex Soojung-Kim Pang, un importante consultor de empresas tecnológicas y profesor de la Universidad de Stanford, acaba de publicar su último libro que se titula, precisamente, Descanso: por qué conseguimos más cuando trabajamos menos (Rest: Why You Get More Done When You Work Less). Allí habla de la importancia del ocio, tanto para el bienestar personal como para la productividad de las organizaciones. En el caso de las empresas tecnológicas, en las que la jornada semanal es de alrededor de 70 horas, la alta rotación y el burnout de personal de distintos niveles y responsabilidades a una edad muy joven generan perjuicios para todos los involucrados. De allí la importancia de obtener tiempo genuino de ocio para trabajadores de todos los niveles, un tiempo que se defina por su contenido propio y no por ser ese espacio vacío entre dormir y trabajar.
El economista John Pencavel, de la Universidad de Stanford, realizó un curioso estudio. El gobierno británico le encomendó una investigación acerca de cómo maximizar la productividad de la industria de municiones del país, la cual ha visto incrementada su demanda en los últimos años. El análisis llegó a la conclusión de que la relación entre horas de trabajo y productividad no es lineal, sino que hay un punto –entre las 48 y las 50 horas semanales- a partir del cual la productividad por hora decrece a tasas altísimas. La producción total con jornadas de 70 horas semanales resultó ser prácticamente la misma que con jornadas de 56. Esas 14 horas extra resultaron, entonces, ser una pérdida de tiempo y de dinero.
Este estudio, a diferencia del reseñado más arriba, se realizó sobre una población de trabajadores de línea de montaje con escasa calificación. Esto muestra que la reducción de la jornada laboral no sólo mejora la productividad en tareas creativas o con mayores demandas cognitivas, sino también en tareas rutinarias y repetitivas.
El tiempo libre, entonces, es un tiempo necesario tanto para el trabajador como para la organización. Sus efectos en el bienestar de las personas se vincula tanto con quienes están empleados como con quienes no lo están. Un equipo de investigadores norteamericanos analizó datos de más de 500.000 individuos con el objetivo de vincular la sensación de bienestar y la organización de la semana, arribando a dos conclusiones. La primera era la mas obvia: tomando indicadores de stress, ansiedad, alegría y disfrute, el nivel de bienestar más bajo se produce entre el lunes y el jueves. Los viernes repunta un poco, y explota los sábados y domingos: el trabajo parece ser un mal necesario para llegar al fin de semana. La segunda conclusión, en cambio, resultó ser impensada: los mismos niveles de bienestar y su distribución en los días de la semana se verificaban en las personas que estaban desocupadas. Esto significa que el tiempo libre no es algo individual, sino que depende también de las personas que nos rodean: se trata de un bien que administramos en red.
Así, el problema del tiempo libre no depende sólo de cuánto trabaja cada uno sino también de cómo se coordina con los demás: la familia, los amigos, etc. El fin de semana se vuelve tan importante precisamente porque es el momento en el que el tiempo libre de nuestra red se sincroniza.
Las preguntas por el tiempo de trabajo y el tiempo libre, entonces, son dos caras de una misma moneda, porque la persona es la misma cuando está en su trabajo o fuera de el. Lo que este último estudio muestra es que no pueden responderse de manera individual, sino en distintos niveles: desde las políticas de Estado hasta la organización familiar, pasando por la gestión de recursos humanos.