La posibilidad de alterar los genes de una persona, pero
también de sus descendientes, abre un universo de posibilidades y dilemas
éticos: ¿qué aspectos deberían modificarse? ¿cuáles no? ¿qué impacto tendrá en
el futuro de la humanidad la manipulación genética? Mientras que los medios
técnicos son cada vez más accesibles, los dilemas éticos todavía están lejos de
ser resueltos.
La edición o ingeniería genética comenzó, por fuera de la
ciencia ficción, en los años setenta. El primero fue Paul Berg, que cortó un
fragmento de ADN de un virus de bacterias para unirlo a un fragmento de virus
de mono, creando un tipo de virus que no se había producido por una mutación
natural, sino por una acción deliberada en un laboratorio. Hacia finales de la
década, el laboratorio Genentech producía cantidades industriales de insulina gracias
a una bacteria de Escherichia coli que había sido modificada con un gen humano.
Estas técnicas de cuarenta años atrás, sin embargo, eran muy
imprecisas y sólo podían producirse en muy pequeña escala, con métodos
artesanales de laboratorio. Durante los años noventa, sin embargo, el método se
volvió más preciso gracias al empleo de proteínas sintéticas capaces de cortar
el ADN en secuencias específicas, aunque era necesario diseñar una nueva
proteína para cada secuencia que se buscaba modificar.
El cambio radical se produjo en el año 2012, cuando se
descubrió una técnica de edición rápida y precisa, llamada CRISPR/Cas9, que
permite modificar el genoma humano de manera muy rápida y precisa,
identificando primero el fragmento que será “cortado” y reemplazándolo luego
con la versión “corregida”. Este cambio es tan revolucionario, que todavía no
sabemos cómo podrá afectarnos, no sólo a nosotros o a nuestros hijos, sino al
futuro de la especie humana.
Sus defensores señalan su potencial para curar enfermedades
hereditarias, alterando el genoma de una persona y, en consecuencia, de todos
sus descendientes. Esto significa que, en el curso de algunas generaciones, el
uso de la tecnología CRISPR/Cas9 alterará la dotación genética de miles de
personas. ¿Qué se considera una enfermedad? ¿Cuáles son los límites éticos para
la edición genética?
Asociaciones de personas con Síndrome de Down, por ejemplo,
se han manifestado en contra de esta aplicación de la edición genética, puesto
que significaría erradicar un aspecto definitorio de sus propias identidades al
considerarlas una enfermedad. Lo mismo podría hacerse con respecto a rasgos
físicos como la altura, el color de pelo, piel u ojos. ¿Consideraríamos
deseable un mundo en el que todos fuéramos sólo rubios o morochos, sólo altos o
bajos de estatura?
Estas preguntas, que siempre quedaron para el ámbito de la
ficción, se las hacen en la actualidad científicos y políticos de todo el
mundo, que ya han comenzado a editar con éxito embriones humanos en Estados Unidos, pero también desarrollan proyectos similares en China y Corea del Sur.
Mientras tanto, ya se venden kits de hágalo-usted-mismo por
Internet para editar una bacteria en casa y cada mes aparecen nuevos videos de
“biohackers” aficionados que prueban la edición genética en sí mismos, sin controles
ni protocolos, muchos de los cuales ya se arrepienten de haber apoyado de
manera apresurada una herramienta cuyo alcance todavía no comprendemos.