Hechos como el asesinato de George Floyd en Estados
Unidos en manos de la policía, dejan en evidencia la vigencia del racismo en la
actualidad.
Aunque suele percibírselo como un problema del siglo
XIX, hace tan solo menos de cincuenta años había escuelas norteamericanas
públicas que no aceptaban alumnos afroamericanos. A pesar de los avances en la
legislación, el racismo sigue estando muy presente en nuestra vida cotidiana.
El 21 de marzo de 1960, una manifestación en la
ciudad de Sharpeville, Sudáfrica, fue brutalmente reprimida por la policía del
país, que abrió fuego contra los manifestantes, dejando un saldo de 69 muertos.
Los manifestantes protestaban pacíficamente contra la “ley de pases”, que
obligaba a las personas negras a tramitar un permiso especial (“pase”) para
circular por barrios reservados a la población blanca.
Esa legislación formaba parte de las acciones
del apartheid, una serie de leyes discriminatorias que fueron impulsadas y
mantenidas en vigor desde 1948 hasta 1992 por un sector de la población blanca
del país que, a pesar de representar sólo al 21% de la ciudadanía, impuso su
voluntad sobre el casi 70% de personas negras y el 10% de mestizos que
habitaban Sudáfrica.
La situación de discriminación racial hacia las
personas negras no era un problema exclusivamente africano. En los mismos años,
el reverendo Martin Luther King desarrollaba, en los Estados Unidos, el
Movimiento por los Derechos Civiles. Se trataba de ciudadanos afroamericanos
que luchaban contra un conjunto de leyes discriminatorias que, surgidas después
de la abolición de la esclavitud, daban a la población negra un estatus de
“iguales pero separados” con respecto a los blancos. Sin negar el derecho a la
salud, la educación o el esparcimiento de todos los ciudadanos, se crearon
escuelas, hospitales y hasta bares separados para blancos y negros. Recién en
1965, gracias a la acción del Movimiento por los Derechos Civiles, se abolirían
estas leyes segregacionistas.
En este clima de denuncia y lucha contra el
racismo, las Naciones Unidas proclamaron, en 1966, el 21 de marzo como Día
Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. Muchos avances han
sucedido desde entonces: la caída del apartheid, la eliminación de leyes
discriminatorias y el avance de marcos legales internacionales para sustentar
el tratamiento igualitario de todas las personas. Sin embargo, en muchos
aspectos el racismo sigue formando parte de la vida cotidiana de nuestras
sociedades.
El racismo en el trabajo
El lugar de trabajo y la escuela son dos de los
ámbitos sociales en los cuales se producen con mayor frecuencia situaciones de
discriminación por motivos raciales o étnicos en América Latina. Un informe de
la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
muestra que, en contextos de crisis económica, aumenta la discriminación
laboral en perjuicio de grupos étnicos, especialmente para las personas de
origen asiático, africano, indígena y otras minorías étnicas. En cada grupo,
además, se suma la discriminación de género, que relega en un lugar aún peor a
las mujeres.
Aunque no hay muchas cifras oficiales, el
informe de la OIT muestra que en Estados Unidos, la tasa de desocupación de la
población negra duplica a la de la población blanca. En América Latina, la
situación de los refugiados africanos se suma a la de la población de origen
indígena, que ve muchas veces limitadas sus posibilidades de inserción laboral
a trabajos no calificados. Para puestos administrativos o de atención al
público, en cambio, los empleadores prefieren incorporar personas de origen
europeo.
En Europa, la discriminación laboral hacia
africanos, asiáticos, europeos del este y latinoamericanos forma parte de la
agenda política de muchos países. Finlandia, por ejemplo, interviene
activamente en la formación educativa y la inserción laboral de la población
romaní. En España se han implementado programas de microcréditos y formación
profesional para la población gitana e iniciativas similares se han
desarrollado en Hungría e Irlanda.
Estas prácticas se denominan de “discriminación
positiva”, porque tratan diferentemente a las minorías étnicas o raciales pero,
a diferencia de la discriminación negativa, buscan favorecerlas.
Paradójicamente, muchas veces logran el efecto contrario, puesto que generan
resentimiento por parte de la población blanca, que se siente discriminada
frente a estas minorías.
La tendencia demográfica mundial, sin embargo,
nos dice que es inevitable una mayor diversidad étnica y cultural en el ámbito
laboral. En Europa, por ejemplo, el envejecimiento de la población local es
complementado por una juventud migrante que busca una mayor capacitación
laboral y formación educativa. En América Latina, la circulación de
trabajadores jóvenes por países limítrofes, la formación de profesionales en
países distintos del de su nacimiento y la movilidad de estudiantes de posgrado
permiten prever una situación de hecho más diversa, que deberá ser sostenida
por acciones positivas en contra de la discriminación racial.
Discriminación en el lenguaje
Quizás el lenguaje sea el lugar más sensible a
nuestros valores, miedos y esperanzas en la vida cotidiana. También es el lugar
en el que nuestros prejuicios son más visibles, incluso a pesar nuestro. Las
comparaciones, analogías y metáforas muestran a menudo de qué manera concebimos
el mundo, cuáles son nuestras creencias más íntimas. Al formar parte de la
comunicación de todos los días, no somos conscientes del contenido racista de
muchas expresiones que usamos y que se escapan al control políticamente
correcto que podemos hacer conscientemente.
Si una persona trabaja mucho, con gran esfuerzo,
decimos que “trabaja como un negro”. ¿Como un esclavo? ¿Los descendientes de
africanos son esclavos? ¿No pudimos, todavía, abolir la esclavitud en nuestro
lenguaje?
Si un niño se ensucia, desordena o se porta mal,
le decimos “no seas indio”; si vienen varios juntos, “ahí viene el malón”. ¿Qué
prejuicios tenemos sobre los descendientes de los pueblos originarios
americanos? ¿Un grupo de indígenas es un grupo amenazante, un malón que nos da
temor?
Las expresiones discriminatorias se multiplican:
“no seas maricón” indica que la homosexualidad disminuye la valentía; los
“chistes de gallegos” nos hicieron creer que todos los españoles vienen de
Galicia, y que todos ellos tienen una inteligencia inferior; las “amas de casa”
no tienen su equivalente masculino; “los gerentes” no tienen un equivalente
femenino.
Aunque en muchos casos no se las use con una
intención ofensiva o discriminatoria, lo cierto es que este tipo de expresiones
son ofensivas. Pueden, en consecuencia, herir a aquellas personas que se ven
evocadas como símbolo de la esclavitud, de la incivilidad, de la cobardía o de
la estupidez.
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