Dicen,
con cierta ironía, que nadie está sano sino insuficientemente diagnosticado.
El cuerpo y su estado aparecen muchas veces como el terreno propio de la salud;
de allí que sean los deportistas los ejemplos habituales de personas
saludables. Ahora bien, ¿es el cuerpo una máquina independiente, meramente
“habitada” por la mente de un individuo? ¿Podemos considerarnos sanos si
tenemos el colesterol bajo pero nos sentimos profundamente angustiados? El
término “salud mental” se ocupa precisamente de estos problemas que, sin
necesariamente tener un correlato físico, afectan al estado de bienestar de una
persona y sus relaciones con el entorno físico y social.
La Organización Mundial de la Salud señala
que la salud mental es un “estado de completo bienestar físico, mental y
social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. En este
sentido, no debemos considerar simplemente a la “salud mental” como la falta de
“enfermedad diagnosticada”. Por el contrario, el hecho de que una
persona no sufra un trastorno diagnosticado y reconocido no garantiza su
bienestar psíquico. A su vez, un tratamiento y condiciones de contención
adecuadas pueden proveer de un bienestar razonable a quienes padecen trastornos
psiquiátricos graves.
Al tratarse de algo tan difícil de observar como la
mente y el bienestar de una persona, el campo de la salud mental está sujeto a
grandes controversias: ¿Se entiende lo mismo por “bienestar” en todas las
culturas? ¿Pueden considerarse “sanas” prácticas religiosas y rituales que
involucran violencia? ¿Es sana una persona que trata los síntomas y no se
preocupa por sus causas?
Los trastornos psicosomáticos
¿Cuál es la relación entre la “mente” y el “cuerpo”? Si
decimos que no se trata de dos realidades diferentes, entonces son dos aspectos
de la misma persona, mutuamente dependientes. En efecto, muchas veces se requiere,
para la atención de un paciente, de un tratamiento combinado que incluya el
diagnóstico y seguimiento psiquiátrico de los factores físicos de la enfermedad
y, por otra parte, de la psicoterapia (psicoanalítica, cognitivo-conductual,
holística, etc.) que acompañe el proceso del paciente y le permita abordar los
aspectos no físicos de su malestar.
Uno de los puentes clave entre la mente y el cuerpo
son las enfermedades o trastornos psicosomáticos:
un fenómeno en el cual el malestar mental de un individuo repercute en su salud
física. Existe un amplio abanico de trastornos de esta naturaleza, desde
problemas pequeños y cotidianos (una indigestión causada por un disgusto) hasta
malestares crónicos que afectan al sistema nervioso o respiratorio, como el
asma o ciertas alergias.
Estos casos muestran que el alcance del saber médico
no es total sobre el bienestar del paciente. Aunque puedan recetarse
medicamentos específicos para el control de los síntomas (un digestivo, un
analgésico), es fundamental descartar, en estos casos, causas físicas y
adentrarse en los motivos psicológicos subyacentes. Un estudio reciente de
Rp./Salud y el CONICET ha mostrado que la principal causa de ausentismo en el
lugar de trabajo son los trastornos gastrointestinales, asociados muchas veces
al estrés. Si le sumamos las psicopatologías, los padecimientos mentales reúnen
el 35,7% de las causas de enfermedad que afectan el desempeño laboral.
La sociedad actual ha masificado el acceso y el uso de
psicofármacos como calmantes o antidepresivos. Este recurso a la medicación
permite un rápido control químico de los síntomas, pero no dice nada acerca de
sus causas y, en consecuencia, no permite alcanzar una verdadera cura. Al uso
recetado es necesario agregarle el consumo indebido de psicofármacos, cuyo
aumento ha llevado a incluirlo en los estudios estadísticos del SEDRONAR, el
cual descubrió que más del 10% de las personas de entre 16 y 65 años usan
sedantes o estimulantes sin prescripción médica. Junto con el alcohol y el
tabaco, se trata de una de las drogas socialmente aceptadas más presentes en
nuestra población.
Mens sana in corpore
sano: salud mental y ejercicio físico
También la relación inversa se ha probado
positiva. Así como el estado mental influye sobre el estado físico, la
actividad física tiene efectos en nuestro bienestar general.
Por otra parte, se ha estudiado su impacto positivo en el tratamiento de
trastornos de ansiedad y estrés,
el cual puede observarse desde una simple caminata de 10 minutos a buen ritmo.
Más aún, el ejercicio físico regular no sólo permite disminuir el malestar
mental, sino también prevenirlo: según la misma fuente, las personas que
realizan actividad física habitual tienen un 25% menos de probabilidades de
desarrollar depresión o un trastorno de ansiedad.
Finalmente, estudios recientes muestran que la
actividad física aumenta la producción de una proteína llamada Factor neurotrófico
derivado del cerebro, o FNDC, la cual está asociada al crecimiento del tejido
nervioso. En consecuencia, el ejercicio permite mejorar el rendimiento
cognitivo general y mejora la toma de decisiones y el desarrollo de nuevos
aprendizajes.
Cada
10 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental. Se trata de una
jornada internacional dedicada a valorar el bienestar general como un derecho,
igual a otros aspectos de la salud. La lucha contra los prejuicios y la
discriminación hacia quienes padecen trastornos mentales son los principales
obstáculos que los pacientes encuentran en su camino hacia el equilibro mental,
físico y social, y la posibilidad de combatirlos está en manos de todos.
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